VOCES JÓVENES, DECISIONES VIEJAS
- Dennis Aguilar Cisneros

- 21 abr
- 2 Min. de lectura

La participación ciudadana ha sido un tema recurrente en los últimos años dentro de nuestro país, pero en muchos casos se ha quedado en la teoría. Nos dicen que las voces de los ciudadanos deben ser el motor del cambio, que todos tenemos la oportunidad de incidir en las decisiones que nos afectan. Sin embargo, la realidad parece ser otra.
En algunos sectores, hemos visualizado avances. Actualmente, los jóvenes que participan de manera activa en movimientos sociales y políticos son ejemplo de una generación que, por fin, se atreve a alzar la voz. A pesar de ello, esa participación sigue siendo desigual, ya que aún enfrentamos un panorama donde la desinformación y la falta de acceso a recursos dificultan su involucramiento en los procesos de la toma de decisión pública. Aunado a ello, muchos no creen en los mecanismos establecidos, como los consejos ciudadanos o las audiencias públicas, porque nos han hecho creer que son espacios vacíos donde las propuestas de la gente son ignoradas, o peor aún, no se les da un verdadero seguimiento.
Es el momento en el que nos preguntamos: ¿Cómo confiar en un sistema donde la brecha entre los ciudadanos y las autoridades sigue siendo enorme? La participación no se trata solo de la apertura de espacios, sino que esas voces realmente sean escuchadas, porque no se trata solo de tener una plataforma para hablar, sino de que las autoridades se comprometan a responder y transformar las propuestas en acciones concretas.
Además, aunque el uso de plataformas digitales ha abierto nuevas puertas para la participación, también ha dejado en evidencia la gran desigualdad en el acceso a la tecnología. Aunque los medios digitales son una herramienta poderosa para organizar y movilizar, en comunidades más rurales la falta de conectividad limita el alcance de estos esfuerzos. Así, el futuro de la participación ciudadana corre el riesgo de depender de los recursos tecnológicos, marginando a aquellos que no tienen las mismas oportunidades de acceder a ellos.
Si realmente queremos transformar nuestro entorno, necesitamos ir más allá de los espacios formales de consulta. Las autoridades deben ser más proactivas, abriendo canales de comunicación más directos y eficaces, y debe existir una voluntad real de involucrar a los ciudadanos en la toma de decisiones. Debemos ser partidarios de que la participación no debe ser una estrategia política, ni una respuesta ante las críticas, sino un compromiso genuino con la democracia.
El reto está en que se logren romper las barreras que aún nos excluyen, porque realmente necesitamos políticas públicas más inclusivas, que no solo abran espacios, sino que garanticen que las propuestas se tomen en cuenta y sean traducidas en acciones que mejoren realmente nuestras comunidades.
Si queremos un cambio real, la participación debe ser un proceso continuo, no solo un acto simbólico, porque es una responsabilidad conjunta hacer que la participación sea una realidad para todos.






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