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MÉXICO EN LA MIRA DE TRUMP: ENTRE LA RETÓRICA Y LA REALIDAD DE LA INSEGURIDAD

  • Foto del escritor: Luis Fernando Delgado Trejo
    Luis Fernando Delgado Trejo
  • 26 feb
  • 3 Min. de lectura


El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien actualmente cumple su segundo periodo desde hace un mes, ha reiterado en múltiples ocasiones que México está gobernado por cárteles del crimen organizado. Esta narrativa, aunque simplista y en gran medida motivada por su agenda política, refleja una preocupación genuina sobre la crisis de inseguridad que azota al país. Sin embargo, más allá de la retórica incendiaria, es imperativo analizar cuánto de cierto hay en sus afirmaciones, qué intereses hay detrás de ellas y cuáles serán las consecuencias de su nuevo mandato para México.


EL DISCURSO DE TRUMP Y SU IMPACTO POLÍTICO


Desde su primera campaña presidencial, Trump ha utilizado a México como un blanco fácil para movilizar a su base electoral. El discurso de que nuestro país es un estado fallido controlado por los cárteles no sólo busca justificar políticas restrictivas en materia migratoria y comercial, sino que también fortalece una visión intervencionista disfrazada de preocupación por la seguridad hemisférica.


Si bien es innegable que el crimen organizado tiene un peso alarmante en ciertas regiones de México, reducir la realidad del país a un narcoestado es una falacia conveniente. La violencia es una consecuencia de fenómenos estructurales como la desigualdad, la corrupción y la debilidad institucional, problemas que requieren soluciones de fondo y no simples declaraciones populistas.


EL PAPEL DEL CRIMEN ORGANIZADO EN MÉXICO


La presencia del crimen organizado en México es una realidad innegable y preocupante. La fragmentación de los cárteles ha dado lugar a una violencia más dispersa y brutal, donde grupos delictivos no solo trafican drogas, sino también controlan el robo de combustibles, la extorsión y el secuestro.

Sin embargo, la narrativa de que el Estado ha sido completamente desplazado es un argumento insostenible. Si bien existen zonas donde el gobierno tiene una presencia limitada, también hay esfuerzos institucionales por contener la violencia.


El problema radica en la falta de una estrategia efectiva y coordinada que permita debilitar a estos grupos de manera sostenida.


LAS CONSECUENCIAS DEL SEGUNDO MANDATO DE TRUMP


Con Trump nuevamente en la Casa Blanca, su política hacia México se ha tornado aún más agresiva. Su discurso sugiere la posibilidad de intervenciones directas contra los cárteles, lo cual podría traducirse en presiones para una militarización aún mayor del país o incluso en operaciones unilaterales que pondrían en jaque nuestra soberanía. Además, las políticas migratorias más severas afectarían a millones de mexicanos y centroamericanos, generando una crisis humanitaria en la frontera.


Otro aspecto preocupante es la tensión comercial. Durante su primer mandato, Trump presionó para renegociar el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), y en su nuevo periodo podría utilizar la relación económica como un mecanismo de coacción para exigir más acción en materia de seguridad. Si el gobierno mexicano no responde con medidas concretas, podríamos ver sanciones comerciales o restricciones a las inversiones estadounidenses en el país, lo que impactaría negativamente en la economía.


REFLEXIÓN FINAL: UN FUTURO EN JUEGO


Más allá de la retórica de Trump, el problema de la inseguridad en México es una realidad que no puede ser ignorada. Sin un compromiso serio por parte del Estado mexicano para fortalecer las instituciones de justicia, combatir la corrupción y generar oportunidades económicas, el país seguirá siendo vulnerable a discursos que lo reducen a un territorio ingobernable.


La historia nos ha demostrado que la dependencia de México con Estados Unidos nos pone en una situación de vulnerabilidad. Si bien la cooperación binacional es necesaria, también es crucial que México fortalezca su soberanía mediante estrategias propias para combatir la delincuencia organizada y mejorar sus condiciones de seguridad.


El destino de México no debe estar condicionado por la visión distorsionada de un mandatario extranjero, sino por la capacidad de sus propios líderes y ciudadanos para construir un futuro con seguridad y desarrollo. Si la violencia sigue escalando y la impunidad sigue siendo la norma, el riesgo de que la narrativa de Trump se convierta en una justificación para medidas más radicales será cada vez mayor.


Es momento de preguntarnos: ¿seguiremos permitiendo que nuestra crisis interna sea utilizada como herramienta política en el extranjero, o tomaremos las riendas de nuestro propio destino? La respuesta a esta interrogante definirá el rumbo de México en los próximos años.

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