MÉXICO Y UNA SOCIEDAD DESENSIBILIZADA A LA VIOLENCIA, ¿CUÁL ES EL VERDADERO CAMBIO QUE NECESITAMOS?
- Carlos Angelo Santiago Cruz
- 10 jun
- 4 Min. de lectura

Para muchos, hablar sobre la falta de seguridad en nuestro país se ha vuelto un tema del día a día. Es lamentable que casi todos hayamos sido víctimas directas o indirectas de algún delito, consecuencia de una mala administración en torno a la seguridad que lleva años aquejando a México. Y esto no es responsabilidad de un solo gobierno, ni del actual ni del anterior: es un problema que ya está arraigado en nuestra cultura, en nuestras instituciones y, quizá lo más doloroso, en nuestra sociedad.
¿Qué implica esto? Que ya no es un problema que se pueda atribuir únicamente a los gobernantes. La inseguridad comienza en los hogares, en la educación que damos, en la forma en que normalizamos la violencia, en la indiferencia que hemos aprendido a tener ante lo injusto. Y sí, esto también es un reflejo de valores que se han erosionado con el tiempo.
La educación debería ser la base para formar personas con pensamiento crítico, sensibilidad social y principios éticos sólidos. Sin embargo, millones de niños y jóvenes crecen en entornos donde estudiar no es una opción viable o donde la violencia les arrebata no solo las oportunidades, sino incluso la infancia. En lugar de educación, reciben miedo; en lugar de libros, armas; en lugar de proyectos de vida, instrucciones de cómo sobrevivir en un mundo sin ley.
Y mientras tanto, los valores morales y sociales que antes se aprendían en casa, en la escuela o en la comunidad, se han diluido. La empatía, la honestidad, el respeto por la vida se ven reemplazados por la ley del más fuerte, por la admiración a figuras del crimen organizado que se presentan como “exitosos” en un sistema que ha fallado en ofrecer alternativas dignas, sin importar cuántos presidentes, partidos políticos, jueces y ministros cambien. La cultura de la ilegalidad se normaliza en canciones, redes sociales y conversaciones cotidianas, al grado que ya no nos sorprende que alguien desaparezca o que un asesinato sea solo “una cifra más”.
Volviendo al punto que planteé en un inicio, nos hemos desensibilizado tanto a la violencia y a todo lo que esto conlleva, pues según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2023, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2022 se estimó que 21.1 millones de personas mayores de 18 años fueron víctimas de algún delito en México, lo que representa una tasa de 22,587 víctimas por cada 100,000 habitantes. Además, se reportó que el 27.4% de los hogares en el país tuvo al menos un integrante que fue víctima de un delito durante ese año. Integrante que sufrió desde un robo de celular a mano armada, robo a casa habitación, extorsión, hasta privación de la libertad o incluso de la vida, de este modo, indiscutiblemente el llegar a perder a familiares por culpa de la delincuencia que se vive en este país, no debería ocurrir bajo ninguna circunstancia, es alarmante como las cifras aumentan y tras el pasar de los años no hay ninguna solución favorable para detener tanta inseguridad. En relación con esto, el gobierno, en sus distintos niveles, parece rebasado. Las promesas de “abrazos, no balazos”, las estrategias de militarización, los recortes a programas sociales y la indiscutible impunidad no han solucionado nada. La corrupción institucional permite que muchos delincuentes sigan operando bajo la sombra de la protección oficial. Policías coludidos, jueces comprados, servidores públicos que ven en el puesto una oportunidad para enriquecerse más que para servir. ¿Cómo exigir respeto a la ley cuando quienes deben hacerla valer no creen en ella?
El crimen organizado, lejos de ser una estructura aislada, se ha convertido en una red que controla territorios, impone su propio “orden” y su propio sistema de justicia. Ha suplantado al Estado en muchos lugares, dando lo que el gobierno no puede o no quiere dar: empleo, control, asistencia. Claro, a cambio de obediencia, silencio y sangre.
Frente a esta realidad, el peor de los síntomas es la desensibilización. Hemos aprendido a vivir con miedo, a pasar junto a cuerpos cubiertos con sábanas blancas sin detenernos, a ver la violencia como parte de nuestra rutina. Y ese es el mayor triunfo de la inseguridad: hacernos creer que así debe ser.
Pero no, no debe ser así. Si queremos recuperar nuestro país, debemos empezar por lo más básico: educar en valores, exigir transparencia y justicia, fomentar una cultura de legalidad y rechazar la violencia en todas sus formas. No bastan más policías o más armas; se requiere una transformación profunda que inicie en cada hogar, se fortalezca en las escuelas, se acompañe desde la fe, ya sea religiosa, espiritual o en lo que sea que crean, pero que los haga ser buenas personas y convivir sanamente en sociedad, destacando sobre todo que haya cambios verdaderos en el sistema del Estado, estas problemáticas en comparación con países como Noruega, donde ver una persona con un cuchillo en la calle o un asalto a mano armada ya es “de locos”, muy alarmante y sobre todo, extraño de ver, a ese nivel de distancia estamos de un Estado funcional en temas de seguridad, a pesar de haber reformas al poder judicial, a los códigos penales y cambios de ideales en presidentes, nada a podido frenar estos niveles de violencia e inseguridad, ¿algún día podremos vivir sin preocuparnos por salir a la calle sin el miedo de que nos pueden asaltar, secuestrar o asesinar?, espero que si, el cambio está en todos, si como sociedad cambiamos para bien y somos ciudadanos ejemplares, claro que el Estado y el sistema tiene que cambiar de igual manera, y estas cifras logren disminuir, este tema ya nos compete a todas y todos los mexicanos, hagamos y claro no dejemos de exigir un país mejor.
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