LA ‘P’ DE “PUEBLO”: ¿POLARIZACIÓN Y PODER? ¿PLURALIDAD Y PARTICIPACIÓN?
- Juan Pablo Rosas

- 26 ago
- 3 Min. de lectura

Desde que tengo memoria -pero más desde la primer votación en que participé, en 2018- he escuchado cientos de discursos sobre devolver el poder al pueblo, de dar mayores garantías y derechos, de fortalecer y cohesionar al país y sus habitantes, y, principalmente, el ser distintos a los demás, pero, su realidad (sobre todo, en los periodos electorales) me ha enseñado (u obligado a aprender) algo distinto:
La verdad no genera victorias políticas, menos en un país en que la necesidad de sobrevivir de la población vuelve privilegio desarrollar pensamiento crítico. Es tan sencillo, pero contradictorio: Reflexionar el discurso y la percepción entre los bloques políticos-sociales existentes, y los efectos que las iniciativas discutidas e, o implementadas por los gobernantes han tenido, para beneficio o perjuicio, de los gobernados para contrastarlos. Entonces: ¿Qué papel juega el pueblo? Ninguno.
Nos situamos frente a una reforma electoral que pretende cambiar sustancialmente, el entendimiento y el ejercicio (en lo individual y colectivo) de la vida democrática en nuestro país; un proyecto en que, quienes “nos representan” aseguran la inclusión de todos los grupos… ¿pero lo será de todas las posturas? Una cosa es no coartar el ejercicio material de un derecho, pero otra es darle valor formal (trascendencia).
Retomemos la historia, pues, para el gobierno actual es importante conocerla para no repetirla: La creación de las diputaciones plurinominales como un mecanismo de representación de los sectores minoritarios en México. Quizá su desaparición, en la teoría, obedezca a criterios presupuestarios, pero, en la práctica, se trata de control.
Esto no es -directamente- culpa del oficialismo, en realidad, desde que se creó la figura, ha sucedido, y es lógico que cualquier grupo de poder buscaría mantenerse y progresar, pero, lo que sí se les puede atribuir es utilizar lo que juraron eliminar para favorecer sus narrativas, que, sumado al control de poderes y presupuestos, es útil para ignorar a quienes posean ideas contrarias o incompatibles de las suyas.
El problema [eterno] de la democracia representativa es que, los valores del sistema dependen de los caprichos de quienes ostentan los cargos e influencian el cabildeo, pues, si el concepto de proyecto de nación es partidista, la constitución una base política y las elecciones una contienda, la única opción posible en el contexto, fue:
Considerando que nos fallaron los que hoy están, y, es seguro que nos fallarán los que mañana vendrán… ¿Cuál es la alternativa que menos nos perjudicará? Allí se condensa un importante porcentaje de los elementos que suelen determinar agendas, discursos y acciones sociales y gubernamentales (como un juego en que todos jugamos, pero donde, aún sabiendo que no todos tenemos oportunidad de ganar, tampoco tenemos oportunidad de “dejar de perder”). ¿Qué nos queda?
Como oportunidad de cambio, o de un ejercicio poco tradicional de nuestro derecho para alterar o modificar la forma de gobierno, que sí permita un cambio, con alguna posibilidad, deberíamos profundizar en alguna de los siguientes escenarios:
· Hacer cambios en las leyes constitucionales y electorales que establezcan la obligación de tener un número mayor de candidatos independientes;
· Hacer cambios en las leyes constitucionales y electorales para aumentar las limitaciones en el número máximo de escaños que un partido puede ocupar por cualquier principio de elección para eliminar todo tipo de mayoría; y
· Hacer cambios en las leyes constitucionales y electorales para promover los gobiernos de coalición a nivel local y federal.
Ahora la única pregunta es: ¿Alguna sucederá en algún momento en el futuro? O, ¿tendremos que seguir esperando que sea voluntad de los gobernantes dar una verdadera representación a los gobernados?






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