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JÓVENES EN EL PODER: EL GRITO QUE EL SISTEMA NO QUIERE OÍR

  • Foto del escritor: Danna Jetslady Cervantes Soto
    Danna Jetslady Cervantes Soto
  • 16 abr
  • 3 Min. de lectura

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México debe entender una verdad incómoda, los jóvenes no estamos esperando un turno para participar, lo estamos exigiendo. Estamos cansados de que quieran legislar y gobernar para, y no con nosotros.


¿EN DÓNDE ESTÁ LA INCLUSIÓN?


A los jóvenes se les mantiene a raya con el argumento trillado de la “falta de experiencia”. Como si los escándalos de corrupción, el endeudamiento irresponsable, la impunidad institucionalizada y el estancamiento legislativo fueran producto de la inexperiencia… y no del poder envejecido y cómodo en su cinismo.


La verdad es que el sistema político no quiere jóvenes empoderados, porque los jóvenes traen algo que aterra: Preguntas incómodas. ¿Por qué seguimos subsidiando industrias contaminantes? ¿Por qué nuestros congresos siguen siendo clubes cerrados de élites? ¿Por qué una curul parece un premio vitalicio y no una responsabilidad? Preguntas que erosionan los pactos de silencio y complicidad que muchos han perfeccionado por años.


Hemos vivido la incorporación superficial de nuestra voz en espacios de opinión, foros y campañas políticas, pero pocas veces estos espacios se traducen en verdadero poder de decisión. En muchos casos, la participación juvenil se queda en lo estético: una mesa redonda, una encuesta, una mención en un discurso o participación en algún evento o fotografía. Pero eso no es política efectiva; es simulación democrática y ya no queremos lo mismo de siempre, debemos entender que la participación simbólica puede incluso ser peligrosa cuando se usa como coartada para no hacer cambios reales en la estructura de poder, ¿A que le teme México?


Las juventudes no somos solo transición, somos transformación para el mundo político, si la democracia no se renueva con participación intergeneracional, corre el riesgo de volverse obsoleta. 


Pero seamos justos, no todos los jóvenes quieren transformar el sistema. Algunos aprenden rápido el juego y se convierten en réplicas jóvenes de los “personajes” que los apadrinaron. Pero incluso eso es una prueba del problema: el acceso al poder no depende de ideas nuevas, sino de lealtades viejas.


El miedo a la juventud en el poder  es estructural. Es el miedo a que alguien entre sin deberle favores a nadie. A que vote sin compromisos oscuros. A que le hable al país en otro idioma, no el de la ambigüedad calculada, sino el de la urgencia real.

No se trata de idealizar a la juventud ni de pensar que por el solo hecho de ser joven se tiene la respuesta a todos los problemas. Se trata de reconocer que una democracia saludable necesita diversidad generacional, al igual que necesita diversidad de género, de origen y de pensamiento. Se trata de entender que los jóvenes no solo somos el futuro, sino también el presente.


Es hora de que el discurso político deje de tratarnos como espectadores y comience a vernos como actores centrales. Si realmente creemos en la renovación democrática, si realmente queremos construir un país más justo y equitativo, necesitamos abrir las puertas del poder. No para repetir las viejas fórmulas, sino para escribir nuevas.


Porque el mayor riesgo no es darnos poder a los jóvenes. El mayor riesgo es seguir entregando el país a los mismos de siempre, esperando resultados distintos.


CONCLUSIÓN: 


La inclusión de jóvenes en el poder no es un favor ni una concesión generosa del sistema. Es una necesidad democrática. Postergar su acceso no es cautela, es negligencia política. Seguir marginándolos no es una defensa de la experiencia, es una defensa del privilegio.Si de verdad queremos un país distinto, no basta con cambiar los nombres en las boletas. 


Hay que cambiar los códigos del poder. Y para eso, necesitamos juventud no solo en la calle, sino en las sillas donde se decide el futuro. Porque si seguimos bloqueando esa entrada, la verdadera revolución no será legislativa… será generacional.

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