MONARCA: PODER, CORRUPCIÓN Y SEGURIDAD EN EL MUNDO EMPRESARIAL
- Karla Patricia Gómez García

- 10 jun
- 3 Min. de lectura

Una de mis series predilectas refleja la relación entre el crimen organizado y las grandes corporaciones en nuestro país.
En el contexto de un país donde la inseguridad y la corrupción representan amenazas estructurales para el Estado de Derecho, la serie Monarca (Netflix, 2019) ofrece una ficción que, lejos de ser exagerada, reproduce con fidelidad elementos de la realidad que vivimos como mexicanos. Su narrativa gira en torno al emporio tequilero de la familia Carranza, un grupo empresarial que, como muchos en la vida real, se encuentra entrelazado con intereses políticos, corrupción institucional y redes criminales.
La producción visibiliza de manera eficaz cómo, en México, la línea entre el poder económico legal y el crimen organizado es cada vez más tenue. A través de su historia, Monarca denuncia una verdad incómoda: que muchas grandes corporaciones han actuado en complicidad con grupos criminales para asegurar sus intereses, evadir la ley o ejercer control territorial. Este fenómeno, más allá de la ficción, se refleja en múltiples informes de la sociedad civil, como los emitidos por México Evalúa, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) o el World Economic Forum, que señalan la debilidad institucional como una de las principales amenazas a la inversión y al desarrollo económico.
Desde una perspectiva legislativa, me resulta preocupante la normalización de prácticas corruptas en el ámbito empresarial. La colusión entre actores privados y autoridades públicas no sólo erosiona la confianza ciudadana en las instituciones, también genera un entorno de inseguridad jurídica que desalienta la inversión honesta y perpetúa la desigualdad. Monarca retrata con crudeza cómo la impunidad permite a las élites económicas operar con reglas propias, mientras la justicia es manipulada mediante sobornos, tráfico de influencias y pactos de silencio. Recordando esto también pasa en el nuevo gobierno que no está lejos de vivir como en Venezuela.
En ese sentido, considero a la serie como una herramienta narrativa para analizar la necesidad urgente de reformas profundas en materia de transparencia corporativa, fiscalización del poder económico y fortalecimiento del sistema penal acusatorio. La implementación efectiva de leyes como la Ley General de Responsabilidades Administrativas, la Ley Federal para la Prevención e Identificación de Operaciones con Recursos de Procedencia Ilícita y la Ley Nacional de Extinción de Dominio resulta indispensable para cerrar el paso a la corrupción empresarial y al lavado de dinero.
Otro eje que considero relevante abordado en la serie es el de la seguridad empresarial, entendida no sólo como protección física, sino como garantía institucional. El personaje de Ana María Carranza intenta reconstruir la empresa desde un enfoque ético y legalista, pero su camino está plagado de amenazas, chantajes y violencia como el caso de algunos empresarios. Esta tensión refleja un problema real: en regiones del país donde el Estado está ausente o coludido, el crimen organizado impone condiciones a las empresas, lo que impide un desarrollo económico sostenible y en condiciones de legalidad.
Asimismo, Monarca interpela al sistema político mexicano. Me gusta esta serie porque denuncia la complicidad de autoridades locales y federales que, en lugar de combatir la ilegalidad, actúan como cómplices o facilitadores de esquemas de corrupción. Este retrato coincide con las observaciones realizadas por organismos como la Auditoría Superior de la Federación y Transparencia Internacional, que han alertado sobre la necesidad de mecanismos más eficaces de control y rendición de cuentas.
En conclusión, para muchos Monarca debería de no sólo ser una serie de entretenimiento; también debería de ser considerada como una crítica aguda a la falta de controles institucionales sobre el poder económico en México. Para el ámbito legislativo, representa una oportunidad para reflexionar sobre cómo prevenir que los intereses empresariales se mezclen con estructuras criminales. A través del fortalecimiento del marco jurídico, la promoción de una cultura de la legalidad y el impulso de políticas públicas que garanticen la integridad corporativa es posible avanzar hacia un país más justo, seguro y con un verdadero Estado de Derecho.






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