EL PODER JUDICIAL EN MÉXICO: LA CUNA DE UN ESTADO CON DEMOCRACIA ILIBERAL
- Juan Pablo Rosas

- 10 jun
- 3 Min. de lectura

¿Qué es la democracia? Habíamos aprendido que ´el poder del pueblo´, pero ahora es claro que urge replantear qué significa, y así mismo, cuál es su alcance. Leía en una columna que “la democracia no conduce necesariamente a la libertad. También puede conducir al autoritarismo si se confunden las nociones en torno al concepto mismo de democracia” (busquen el fragmento). ¿Qué análisis podemos hacer al respecto? Si incluso con “democracia representativa”, nuestro Estado es un bodrio.
En México, la legitimidad o la legalidad de los actos que afectan a -toda- la población nunca han dependido de qué tan correctos o necesarios eran para atender las graves problemáticas sociales que existen, sino, qué tan grande e influyente pueden hacer a un proyecto político; y no es algo irreal o una teoría conspirativa armada por las opiniones que la gente se hace según lo que escucha en los medios, las redes, o simples conversaciones. Esto se avala desde la denominación de nuestra querida “Carta Magna”: ¡La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos!
Norma “fundamental” que, en la actualidad, ya tampoco se encuentra regida por los valores originarios del ‘demos’, la ‘polis’, la ‘civitas’ o del servicio y la función pública en sus diversos estratos (tal y como en la Roma o Grecia antiguos). Demostrando que es vital replantear profundamente todo lo que conocemos (o creemos conocer) de nuestro gobierno, pero, como dice la chaviza: “btw”, pasemos a lo siguiente:
¿Por qué la narrativa de devolver o dar poder a la población? Es una simple excusa que utiliza toda facción política que pretende ganar o mantener terreno sin tener que preocuparse por generar cambios reales y adecuados, porque, siendo sinceros, son los discursos que atraen a la gente; y, para ello es determinante la precariedad en los distintos ámbitos de la vida del mexicano como un factor inhibitorio de libertades. El trabajo está hecho, mejor si estás “más preparado que un chicharrón”. ¿Soluciona algo? No ¿Tiene sentido desde los textos constitucionales? Mucho menos.
Zakaria (en The Rise of Illiberal Democracy) hablaba de esto un par de años antes del nuevo milenio, y después, Woldenberg (en La democracia como problema) lo acotó de cierto modo al panorama nacional antes de suceder la “transformación de la vida pública del país” que, en realidad solo transformó la vida política, igual que en el 2000. (Diría Gru: “En términos de bienestar, no ten[dr]emos bienestar”)
En este momento [ya] no cabría abordar aspectos técnicos o prácticos de la reforma -pues ya fue aprobada-, pero (en sí) tampoco de la jornada electoral -dado que era bastante previsible lo que al final ocurrió-, sin embargo, hoy estamos prácticamente obligados a ser lo más críticos e incómodos posibles para la política nacional (como forma de ver la veracidad en la narrativa de la que hablamos anteriormente), porque, es evidente que no respondía necesidades sociales (analizando que, únicamente el 13% del padrón votó, que los votos nulos superan a los eficazmente emitidos, que hay candidatos partidistas, y bastantes candidatos únicos). ¿O de qué se trata?
¿Qué otras consecuencias devendrán del resultado electoral? No será la dictadura -antes que eso pase, los ‘yunaites’ preferirían intervenirnos-, no será (directamente) el pasar a un panorama económico crítico como el argentino -seguramente sí tendrá influencia como un esbirro que protegerá las políticas económicas deficientes o mal intencionadas de los políticos que “representan” y “hacen funcionar” al Estado-, pero tampoco será (jurídicamente hablando, y aunque sea algo increíble) la pérdida de las instituciones gubernamentales y democráticas (como los OCA’s). Lo que sí, será el incremento (progresivo) de casos de inseguridad jurídica, crisis institucionales y diplomáticas, opacidad gubernamental, y de un sinfín de ‘efectos corruptores’…
Seguiremos teniendo mecanismos electorales y también podremos sufragar, pero, de por sí -hablando como parte de la población juvenil- hemos visto, y sobre todo, sufrido toda nuestra vida cómo aumentan y se transforman los reclamos por lograr un real pacto social que proteja, inclusive, a sus contrarios, pero ese objetivo nunca va a ser del interés de un partido, y menos un partido de gobierno (y es tan sencillo como pensar en su etimología: ‘Partire’ según Sartori o ‘Partei’ según Seiler, al final es “dividir”; y políticamente, eso es lo único que puede representar: Polarización.
Principalmente social e ideológica). Digamos que el Poder Judicial antes era malo, aún así: ¿este rollo que ni la autoridad electoral entendió, garantizará una mejora?
Tengamos esperanza, y tengamos esto en mente: ¿Las elecciones son -todavía suficiente para representar un símbolo de libertad en países -que supuestamente- son democráticos? Parece ser que el fin social de la Constitución de 1917, murió, pero no lo hizo con un estruendoso aplauso, sino con un aplastante silencio.






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