CUANDO NI EL CIRCO LLENA: EL FRACASO DE UNA DEMOCRACIA DE UTILERÍA
- Luis Diego Baños Hosking

- 9 jun
- 3 Min. de lectura

El pasado domingo no fue cualquier jornada electoral. Fue la antesala de una intentona peligrosa: disfrazar de participación ciudadana lo que en realidad era un plan para someter al Poder Judicial. Se pretendía legitimar, con el voto, una narrativa que durante meses ha buscado posicionarse como bandera del pueblo, pero que en el fondo es un intento burdo de colonizar la justicia. Y fracasaron.
Ni con toda la propaganda, ni con toda la estructura electoral oficialista, ni con el respaldo de la figura presidencial, lograron su objetivo. La participación ciudadana en la consulta sobre la elección de jueces fue mínima, marginal, incluso ridícula. El pueblo —ese mismo al que constantemente se invoca desde los atriles del poder— simplemente no acudió. No creyó en la puesta en escena. No compró la idea de que elegir jueces en las urnas equivale a fortalecer la democracia. Y con razón.
Porque lo que se buscaba no era empoderar al ciudadano, sino debilitar a las instituciones. No era construir justicia desde abajo, sino controlar a la justicia desde arriba.
La elección del domingo no fue sólo un fracaso logístico, fue una señal política clara: los ciudadanos, incluso muchos simpatizantes del régimen, no están dispuestos a entregar la imparcialidad judicial al espectáculo electoral. Y eso, lejos de ser una derrota de la democracia, es su mayor victoria en tiempos de confusión.
Yo no hablo desde la oposición partidista. Hablo como ciudadano que cree en el Estado de Derecho, en la división de poderes y en la justicia como pilar del orden democrático. La idea de someter a votación popular la integración del Poder Judicial es profundamente equivocada. No porque el pueblo no tenga derecho a incidir en lo público, sino porque hay funciones del Estado que no deben responder a mayorías momentáneas, sino a principios permanentes.
¿Queremos jueces que hagan campaña? ¿Que pidan el voto como si fueran diputados? ¿Que prometan sentencias como quien promete becas? ¿Realmente estamos dispuestos a que los ministros de la Corte tengan que financiar sus campañas, buscar padrinos políticos y entrar en el juego de la propaganda?
Porque si eso ocurre, entonces no tendremos jueces. Tendremos operadores políticos con toga. Y eso es precisamente lo que la democracia debe evitar.
La justicia no puede plebiscitarse. No puede decidirse entre likes, aplausos o gritos de plaza pública. La justicia debe ser imparcial, técnica, reflexiva, fría si se quiere… porque su función no es complacer, sino garantizar. Su razón de ser no es caer bien, sino aplicar la ley incluso cuando esa ley incomode.
El resultado del domingo fue, en muchos sentidos, un acto de dignidad ciudadana. El silencio de las urnas habló más que mil discursos. Fue un “no” rotundo al uso político de la justicia. Un recordatorio de que no todo lo que se presenta como voluntad popular es legítimo. Porque la legitimidad no está solo en el origen, sino también en el fondo y en la forma.
Yo no celebro el fracaso ajeno. Celebro que aún exista en México una reserva moral, silenciosa pero firme, que no se deja manipular. Celebro que la gente no haya acudido a votar por jueces como si se tratara de una lotería. Celebro que, pese al ruido y al desgaste institucional, aún haya quienes entienden que sin un Poder Judicial autónomo no hay país que aguante.
Ahora bien, sería un error pensar que esta batalla ya se ganó. El poder no se rinde tan fácil. Buscarán otras formas, otros momentos, otras estrategias. Volverán con otra narrativa, con otro lenguaje, quizás hasta con nuevas caras. Pero el objetivo será el mismo: someter lo que debería ser libre, controlar lo que debería ser contrapeso.
Por eso este no es un punto final. Es un punto de inflexión. Una llamada de atención para estar más alertas, más activos, más comprometidos con la defensa de las instituciones. Porque si hoy cedemos la justicia, mañana no quedará nada. Ni derechos, ni libertades, ni garantías.
Yo no defiendo jueces. Defiendo la posibilidad de que haya justicia sin obediencia partidista. Defiendo que haya alguien que pueda decirle “no” al poder sin temor a represalias. Defiendo que los ciudadanos podamos acudir a un tribunal sin tener que preguntar primero qué color gobierna.
El domingo pasado nos dio un respiro. Pero también nos dejó una tarea: seguir defendiendo lo que vale, aunque no esté de moda. Seguir creyendo que no todo debe decidirse por mayoría. Que hay cosas que no se votan, porque son el fundamento mismo de poder votar.
Si permitimos que la toga se convierta en pancarta, que el juez se vuelva candidato y que la justicia sea otro reality político… entonces ya no tendremos democracia. Solo tendremos obediencia.
Y cuando eso pase, el silencio ya no será resistencia: será complicidad.






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